
Pertenencia
Me callaste por primera vez un martes a la tarde. Yo tenía ocho años y un padre muerto. Vos veintinueve y un rótulo blanquecino que se hundía entre tu seno, mutilado por el cáncer y la culpa. Me habías llevado a la psicopedagoga. Al salir esperaba tu discursito de siempre. Ese sermón obligatorio (…)